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Las personas con mala higiene bucal tienen un riesgo superior de padecer enfermedades cardiacas si se las compara con aquellas que se cepillan los dientes 2 veces diarias.
Eso lo comprobó una investigación científica que se publicó en la versión online de la prestigiosa revista especializada British Medical Journal.
En los últimos veinte años ha habido un gran interés médico en analizar y desentrañar los vínculos entre los problemas del corazón y las enfermedades de las encías y los dientes. Y si bien hace rato que se ha establecido que los procesos de la inflamación en el metabolismo corporal (incluyendo por supuesto la boca y las encías) sí desempeñan un papel importante en el proceso de obstrucción de las arterias, éste análisis que publica la revista médica BMJ, es el primer estudio médico que hace hincapié en el número de veces que las personas se cepillan sus dientes y comprueba si dicha frecuencia diaria tiene alguna relación con el riesgo de desarrollar enfermedades circulatorias.
BUENOS HABITOS
Los autores del estudio, dirigidos por el profesor Richard Watt –un profesional del University College de Londres- analizaron estadísticas de salud obtenidas de más de 11.000 adultos escoceses.
El equipo revisó y sistematizó los hábitos vitales de cada uno, tales como el índice de tabaquismo, de actividad física y –por supuesto- las rutinas de salud bucal.
A cada individuo se les preguntó la frecuencia de consultas al dentista (al menos una vez cada seis meses; una cada 12 a 24 meses; rara vez o nunca) y la frecuencia de cepillado de sus dientes (dos veces al día, una vez al día o menos de una vez al día).
Y también se analizaron sus historias clínicas además de contemplar los antecedentes familiares de enfermedades cardíacas, su nivel de presión arterial y se les tomaron muestras de sangre que permitieron a los investigadores determinar los niveles de inflamación.
LOS RESULTADOS
Los resultados del estudio demuestran que las conductas relativas a la salud bucal fueron en general buenas, con seis de cada diez (62%) de los participantes diciendo que visita a su dentista cada seis meses y siete de cada diez (71%) que informa que se cepillan los dientes dos veces al día.
Una vez que dichos datos se ajustaron por factores de riesgo cardiovascular como clase social, obesidad, tabaquismo y antecedentes familiares de enfermedad cardíaca, los investigadores encontraron que los participantes que reportaron una menor frecuencia de cepillado de sus dientes tenían un riesgo de hasta un 70% adicional de padecer enfermedades cardíacas en comparación con los individuos que cepillaban los dientes dos veces al día.
Aunque cabe acotar que el riesgo general sigue siendo bastante bajo.
Además, los participantes que tenían mala higiene bucal también testearon positivo en los marcadores que delatan procesos de inflamación como la proteína C-reactiva y el fibrinógeno.
El Profesor Watt concluyó el análisis con esta frase: "nuestros resultados confirman la asociación sugerida entre la mala higiene bucal y el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares".
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sábado, 17 de septiembre de 2011
sábado, 3 de septiembre de 2011
No busques al príncipe azul...
Martha es una mujer ya entrada en años, cada vez que la veo luce más deprimida. ¿La razón? La esperanza, que ahora se ha vuelto una triste ilusión, de que el amor por fin aparezca en su vida.
En su juventud tuvo algunos pretendientes, pero jamás se sintió apasionadamente atraída hacia ninguno de ellos y estaba decidida a esperar que el hombre perfecto apareciera, sin importar cuánto tuviera que esperar… Por supuesto, jamás se imaginó que casi 40 años después, él no hubiera llegado todavía.
Martha creció con la idea de que una mujer no estaría completa hasta encontrar al príncipe azul, casarse con él y formar una familia. Así que cuando rebasó los 18 años –quizás un poco antes- puso su vida en pausa, añorando la felicidad que llegaría cuando ese sueño se concretara.
No trabajó nunca fuera de casa, ocasionalmente horneaba pasteles para vender a algunos conocidos. No quería que una carrera fuera a obstaculizar una posible relación de pareja. Tampoco viajaba, decía que prefería guardar esos destinos para conocerlos con su futuro marido. Además, de vez en cuando compraba algunos enseres y los guardaba para su casa de ensueño, sábanas, toallas, manteles, vajillas, cubiertos y hasta algún florero formaban parte de su colección convertidos ya, en casi antigüedades.
Se concentró tanto en el futuro, que se olvidó por completo de su presente. Los días, los meses y los años pasaron y, en su espera, la vida se le escurrió por las manos. Un día despertó, y al mirarse frente al espejo se dio cuenta que las arrugas se habían adueñado de su rostro, El tinte oscuro ya no cubría las abundantes canas, y su cuerpo estaba muy lejos del de una jovencita.
Martha sigue aferrada al objetivo que persiguió tantos años. A veces creo que a esta alturas sería incapaz de dejar esa idea que la ha mantenido por el mismo camino toda su existencia. No es que piense que sea imposible que el amor pudiera llegar: también he visto hermosas parejas en edad madura enamoradas hasta los huesos. El problema es que por enfocarse tanto en el “lugar de destino”, se olvidó por completo de disfrutar del viaje.
En lo personal creo que no todo el mundo está hecho para vivir en pareja. En muchos casos el paradigma de que “el amor siempre llega” puede originar frustración, hacer sentir como una persona incompleta, desafortunada o una rezagada de la sociedad.
Esperar que otra persona nos haga sentir completas o como un requisito indispensable para lograr la plenitud es negarse a tomar las riendas de la propia vida. Nadie más que nosotros mismos somos responsables de nuestra felicidad.
Por Denisse Hernández Yahoo! Editorial
En su juventud tuvo algunos pretendientes, pero jamás se sintió apasionadamente atraída hacia ninguno de ellos y estaba decidida a esperar que el hombre perfecto apareciera, sin importar cuánto tuviera que esperar… Por supuesto, jamás se imaginó que casi 40 años después, él no hubiera llegado todavía.
Martha creció con la idea de que una mujer no estaría completa hasta encontrar al príncipe azul, casarse con él y formar una familia. Así que cuando rebasó los 18 años –quizás un poco antes- puso su vida en pausa, añorando la felicidad que llegaría cuando ese sueño se concretara.
No trabajó nunca fuera de casa, ocasionalmente horneaba pasteles para vender a algunos conocidos. No quería que una carrera fuera a obstaculizar una posible relación de pareja. Tampoco viajaba, decía que prefería guardar esos destinos para conocerlos con su futuro marido. Además, de vez en cuando compraba algunos enseres y los guardaba para su casa de ensueño, sábanas, toallas, manteles, vajillas, cubiertos y hasta algún florero formaban parte de su colección convertidos ya, en casi antigüedades.
Se concentró tanto en el futuro, que se olvidó por completo de su presente. Los días, los meses y los años pasaron y, en su espera, la vida se le escurrió por las manos. Un día despertó, y al mirarse frente al espejo se dio cuenta que las arrugas se habían adueñado de su rostro, El tinte oscuro ya no cubría las abundantes canas, y su cuerpo estaba muy lejos del de una jovencita.
Martha sigue aferrada al objetivo que persiguió tantos años. A veces creo que a esta alturas sería incapaz de dejar esa idea que la ha mantenido por el mismo camino toda su existencia. No es que piense que sea imposible que el amor pudiera llegar: también he visto hermosas parejas en edad madura enamoradas hasta los huesos. El problema es que por enfocarse tanto en el “lugar de destino”, se olvidó por completo de disfrutar del viaje.
En lo personal creo que no todo el mundo está hecho para vivir en pareja. En muchos casos el paradigma de que “el amor siempre llega” puede originar frustración, hacer sentir como una persona incompleta, desafortunada o una rezagada de la sociedad.
Esperar que otra persona nos haga sentir completas o como un requisito indispensable para lograr la plenitud es negarse a tomar las riendas de la propia vida. Nadie más que nosotros mismos somos responsables de nuestra felicidad.
Por Denisse Hernández Yahoo! Editorial
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