sábado, 3 de septiembre de 2011

No busques al príncipe azul...

Martha es una mujer ya entrada en años, cada vez que la veo luce más deprimida. ¿La razón? La esperanza, que ahora se ha vuelto una triste ilusión, de que el amor por fin aparezca en su vida.

En su juventud tuvo algunos pretendientes, pero jamás se sintió apasionadamente atraída hacia ninguno de ellos y estaba decidida a esperar que el hombre perfecto apareciera, sin importar cuánto tuviera que esperar… Por supuesto, jamás se imaginó que casi 40 años después, él no hubiera llegado todavía.

Martha creció con la idea de que una mujer no estaría completa hasta encontrar al príncipe azul, casarse con él y formar una familia. Así que cuando rebasó los 18 años –quizás un poco antes- puso su vida en pausa, añorando la felicidad que llegaría cuando ese sueño se concretara.

No trabajó nunca fuera de casa, ocasionalmente horneaba pasteles para vender a algunos conocidos. No quería que una carrera fuera a obstaculizar una posible relación de pareja. Tampoco viajaba, decía que prefería guardar esos destinos para conocerlos con su futuro marido. Además, de vez en cuando compraba algunos enseres y los guardaba para su casa de ensueño, sábanas, toallas, manteles, vajillas, cubiertos y hasta algún florero formaban parte de su colección convertidos ya, en casi antigüedades.

Se concentró tanto en el futuro, que se olvidó por completo de su presente. Los días, los meses y los años pasaron y, en su espera, la vida se le escurrió por las manos. Un día despertó, y al mirarse frente al espejo se dio cuenta que las arrugas se habían adueñado de su rostro, El tinte oscuro ya no cubría las abundantes canas, y su cuerpo estaba muy lejos del de una jovencita.

Martha sigue aferrada al objetivo que persiguió tantos años. A veces creo que a esta alturas sería incapaz de dejar esa idea que la ha mantenido por el mismo camino toda su existencia. No es que piense que sea imposible que el amor pudiera llegar: también he visto hermosas parejas en edad madura enamoradas hasta los huesos. El problema es que por enfocarse tanto en el “lugar de destino”, se olvidó por completo de disfrutar del viaje.

En lo personal creo que no todo el mundo está hecho para vivir en pareja. En muchos casos el paradigma de que “el amor siempre llega” puede originar frustración, hacer sentir como una persona incompleta, desafortunada o una rezagada de la sociedad.

Esperar que otra persona nos haga sentir completas o como un requisito indispensable para lograr la plenitud es negarse a tomar las riendas de la propia vida. Nadie más que nosotros mismos somos responsables de nuestra felicidad.

Por Denisse Hernández Yahoo! Editorial

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